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«Antonia» Cumplió 104 años, oriunda de Concepción del Yaguareté Corá
Con rezos en el altar personal que creó en su actual hogar en Goya, encontró la forma de abrazar aún a los que están lejos. Celebró la fecha de su natalicio con una torta elaborada por una nieta.
Antonia Acosta celebró anteayer 104 años de edad. Ella fue la protagonista de una cena en la casa que, hace 17 años, habita en Goya junto a su hija Ana María y su nieta Regina. Allí, entre rezos, anécdotas, risas, gastronomía hogareña y hasta acordes chamameceros, Antonia transita sus días, que comenzaron en un paraje de Concepción del Yaguareté Corá.
Vive hace más de un siglo. Fue y es testigo de innumerables hechos. Muchos gratos y otros no tanto. Pero ella aprendió que cada uno de ellos forman parte de esa historia personal que empezó a escribir cuando nació el 17 de enero de 1920 en la zona rural conocida como Caabí Arroyo.
Luego, dejó ese lugar para mudarse a otro paraje del mismo departamento: Paso Lucero. Un lugar donde formó una familia con Pantaleón Aguilar. Tuvieron 9 hijos y así su árbol genealógico creció, porque nacieron 14 nietos, 18 bisnietos y 2 tataranietos.
Ellos, al igual que sus sobrinos, ahijados y demás seres queridos que se fueron sumando en las décadas que integran su vida, ahora son los destinatarios de las plegarias que a diario realiza a los diversos santos que forman parte del altar personal que se erige en el hogar que comparte con Ana María y Regina.
Ahí tiene todo lo que necesita: el cariño de sus descendientes, el verde de la vegetación en el patio, el cielo celeste que a veces su vuelve gris y un negocio familiar que le recuerda aquellos años en que tenía con Pantaleón un comercio de ramos generales. Imborrables momentos que comparte con quienes deseen escucharla.
Y entre la infinidad de anécdotas predilectas se encuentra el viaje que con su esposo y otros lugareños de Paso Lucero realizaron a suelo itateño con un solo objetivo: traer una imagen bendecida de la Virgen de Itatí, que -precisamente- es la patrona de la capilla que se erige en esa zona rural.
También en su memoria guarda aquellos versos que redactaba durante el cursado de sus estudios primarios.
Esos son apenas algunos de los momentos que son parte del pasado de Antonia, quien al rememorarlos sonríe. Cada movimiento de sus labios y el brillo de sus ojos, son la mejor prueba de que fue y es feliz.
Es cierto que el paisaje no es el mismo y que hay abrazos que ya no puede sentir, pero todo parece volver con los acordes chamameceros que escucha cuando detiene el dial de la radio en alguna emisora que transmite esa música, que en diciembre del 2020 la Unesco declaró como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.